CAPITULO I.a
-
No tenga pena chula – y dirigiéndose al
policía-. Oiga sargento. Usted no me va “azarear” delante de tanto mirón a la
señorita. Yo que no tengo vela en este
entierro, la puedo registrar en el sanitario.
-
¿Quién me garantiza su honestidad?
-
Me extraña que no me conozca. Soy la Chayo Puertas: Presidenta del Comité de
damas del Mercado Central, que apoyo al partido del Señor Presidente y …..
-
Está bien. Registre la rapidito, antes de que se
vaya el tren.
Abrieron paso para que se encerrarán el el retrete del
fondo. Las mueres envidiosas de la hermosura de la joven, comentaban que tenía
aspecto de cabaretera, mientras los hombres deslumbrados por su encanto criollo
de antemano la declaraban inocente.
El estoque de un sílbatazo se hundió en el costado de la
montaña. Preocupado, el sargento golpeó
la puertecilla con su bastón y salió la mujer del pueblo seguida de la muchacha.
¿Le halló mi cartera? – se apresuró a preguntar el acusador.
La fulminante mirada de la vendedora fue el preludio de
tempestad.
¡Vividor! “Padrote” desgraciado. No le da vergüenza
desacreditar a una mujer honrada?
Enfadado el sargento vio despectivo al de las viruelas. ¿Está
satisfecho?
-No – dijo- mostrando na tarjeta. Soy Jonás Monterrojo:
chofer del Ministro Montesinos. Si me niegan ayuda, puedo hacer que los vuelen
del chance.
- No le haga caso a este “chabelón”- chilló manoteando la
lideresa. -¡Tan solo mírenle la cara de mañoso!.
Los policías permanecieron indecisos dando lugar a que el
acusador se insolentara.
-Exijo que detengan a esa mujer y su cómplice.
Los pasajeros antipatizaron con él y hablaban de arrojarlo
por una de las ventanillas por lo que me vi obligado a identificarme como
autoridad en goce de franco.
Hastiado
por la altanería de Monterrojo, el sargento le advirtió:
-A mí no me intimida. Se me baja del tren ahora mismo, si no
quiere pasar la Semana Santa en la cárcel.
¡Trakatán! Atronó el convoy al sacudir su espinazo mientras
el silbato advertía la marcha. Las ruedas comenzaron a girar lentamente cuando
el provocador del escándalo fue arrojado de un empellón a tierra por los
policías. Levantándose corrió a la par de vagón y jadeando se acercó a mi
ventanilla.
-Esto no se va a quedar así – me gritó.
Su siniestra figura se fue perdiendo en la distancia como
una marioneta gesticuladora. Percibí
fragancia floral Sandra se acomodó cerca de mí, quizás por sentirse amparada.
Su nombre me sonaba exótico. La contemplé mientras con modulación
acariciante me decía:
-Espero que no haya hecho caso de la
acusación de aquel hombre. Me tomó por sorpresa. Yo creo que me confundió con
otra persona porque….
- Olvidémoslo – corté. Se me hizo molesto
una explicación porque no tenía por qué dármela.
Pasamos por Palín, la región enclavada en
la cordillera. La serpiente de mil
ruedas se precipitaba de la cumbre vomitando fuego por la fauces mientras
emitía alaridos como una bestia herida en busca del mar.
La fetidez del humo de la locomotora penetró
por las ventanillas. Por estar al extremo del asiento me incliné a cerrarla
percibiendo el perfume de mi compañera de viaje que miraba un potrero donde los
vaqueros arreaban ganado cimarrón. Aquel
bravío cuadro evocó mi juventud.
¿Le gusta el campo? – le pregunté al ver su
placentera sonrisa.
-
Me fascina, pero ya ve usted cómo es la
vida: Mientras unos desean salir de la
ciudad, otros creen que es un paraíso y sueñan con trasladarse. Para luego hallarse en un hormiguero humano
falto de piedad. Digamos en mi caso, ¿Qué tenía que salir de mi
tierra?
-
Dejó de ver el potrero para fijarse en mí,
preguntando con una sonrisa:
-
¿De donde es usted?
-
De Casillas, un publecito cercano a la laguna.
-
Sus negras pupilas, la tez canela, el cabello
desbordando en cascada de ébano sobre sus torneados hombros y los sensuales
matices de su voz, formaban una guirnalda de gracias dignas de ser cantada en
versos de oro.
Le narré mis aventuras de
domador de potros en la Hacienda La Virgen y ella me habló de su soledad desde
hacía un año por la muerte de u madre. De su niñez recordaba una cabaña entre
palmeras frente al mar. Quizás aquello
fuera el origen de su nombre.
Llanura y cielo se
besaban mientras las nubes eran rebaño arreado por el viento. Sandra contemplaba la magnificencia de la costa
dándole la última mirada a los vaqueros, Centauros poseedores de la llanura
entre los cascos de sus caballos. Oleo
de potreros, cañaverales y bosques de pujante vegetación donde solo faltaba ver
salir algún venado para confirmar su primitivez.
El Puerto de San José, Romántico pueblo de palma y arena
recibió a los visitantes con su eterno rumor de olas.
Escogimos un hotelito frente a la faja tornasol del Océano y
nuestros apartamentos quedaron contiguos.
Como en el restaurante amenizaba una marimba, la invité y danzamos hasta
que desaparecieron las mil facetas que el sol pinta en su ocaso tras el
mar. Surgió el romántico plenilunio
mientras las cuerdas de una guitarra vibraba con acento de plata en manos de un
marinero; sin embargo callé mi sentimiento despidiéndome con un amable buenas
noches.
No podía dormir culpando a los mosquitos. Mi contrariedad fue por no haberle dicho que
la amaba, temeroso que me tomara por un bromista. Mi reloj marcaba las once de la noche. Al acercarme a la ventana vi salir del hotel
a una mujer cubierta con tenue bata de muselina jugueteando al viento.
Los rayos de la luna perfilaban a
Sandra. Estuve tentado a llamarla pero
cambié de idea saliendo tras sus menudos pasos marcados en la arena y al llegar
a un paraje despoblado se despojó dejando ver su escultural cuerpo que lucía
trusa blanca… Frente estaba la mujer y el mar.
Me quité los zapatos dispuesto a prestarle ayuda en caso
necesario; no pudiendo contenerme salí de mi escondite tras de unos cocoteros
aproximándome hasta donde morían las olas, quedando asombrado al ver que nadaba
como una sirena. Terminado el baño volvió
a la paya y al verme, como si adivinara mi pensamiento musitó:
¡Alberto! ¿Usted aquí?
Quedamos próximos hasta confundir nuestro aliento y al
despertar en mi el hombre, la tomé en mis brazos. Nuestros ojos hablaron mas
que cualquier palabra porque los labios se buscaron mientras a lo lejos
escuchábamos voces. Alguien se aproximaba.
-
¡Mi bata! – exclamó rompiendo el encanto. La
recogí de la arena, se apresuró a cubrirse y yo me puse los zapatos.
-
Un grupo de muchachos nos enfocó con sus
linternas y silbaron al vernos.
-
Bonita noche don…..- saludó uno.
-
Muy buena para pesca – respondí- Hay buena luna.
Burbujearon risas picarescas mientras nosotros abrazados
volvíamos al hotel. Aquella noche
inolvidable hubo fiesta de caricias y promesas hasta caer rendidos.
*******
La sorda sirena de un vapor mugió desde el fondeadero
espantando parvadas de perícas que alborotaban en las palmeras cuando el sol
extendía luz.
Miré el reloj. ¡ Qué barbaridad! Marcaba las diez de la
mañana. Extendí la mano para acariciar a Sandra, pero no estaba.