Es cosa de admiración si un jefe es humano, mas el que se hace tirano merece una maldición.
El mandamás que se impone con gritos y altanería, cosechará hipocresía y que nadie lo perdone.
Porque el hecho de mandar no es para ser un cacique, porque así echará a pique lo que debe administar.
Se manda sin ser grosero resguandando la distancia, pero en cualquier circunstancia, es amigo y consejero.
Sólo un camino le queda para no ser como un perro, guiar con mano de hierro pero con guante de seda.
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